domingo, 16 de diciembre de 2012

Masacre en Newtown (ASPERGER)


 

múltiple de 20 años


Imagen del asesino en el año 2005.Imagen del asesino en el año 2005.
Durante varios años, asistió a la escuela donde perpetró el crimen. El presunto autor de la matanza de 20 niños y seis adultos en una escuela de Newtown (Connecticut) ha sido identificado como Adam Lanza. Compañeros de colegio citados por los medios estadounidenses lo definen como inteligente, tímido, con una personalidad extraña... Su propio hermano ha asegurado que sufría algún tipo de trastorno.
Su madre, Nancy Lanza (aparentemente profesora sustituta en la escuela donde se cometió la matanza), fue asesinada en su propia casa de Newtown antes del ataque a la escuela.
El autor, de 20 años, se habría suicidado en la misma escuela tras realizar más de un centenar de disparos. Inicialmente varios medios estadounidenses indicaron que el autor era su hermano, Ryan Lanza, pero las autoridades confirmaron que éste último no está implicado en el trágico tiroteo. Al parecer, la confusión inicial entre Ryan, que reside en Hoboken (Nueva Jersey) y trabaja en Ernst & Young, y Adam se debió a que en el cuerpo del asesino se halló la identificación del primero, según The New York Times.
Cuando la policía lo interrogó, Ryan (de 24 años) dijo a las autoridades que pensaba que su hermano sufría un trastorno de la personalidad y que no tenía contacto con él desde 2010, según un agente citado por AP. Compañeros de instituto citados por The New York Times creen que sufría un trastorno de la personalidad o síndrome de Asperger (un trastorno del espectro autista). Agentes policiales consultados el viernes aseguraron que investigaban este extremo.
El padre, divorciado de la madre y director fiscal en General Electric, también ha sido interrogado por la policía, y aparentemente no tiene nada que ver con el tiroteo. Había visto a su hijo por última vez en junio, según una pariente.

'Uno de los chicos más listos'

Un compañero de clase del autor, de la época en que eran estudiantes, relató a un canal local de la cadena CBS, mientras luchaba para contener las lágrimas, que Adam Lanza era "solo un chico" más, que no causaba problemas ni mostraba tendencias antisociales.
"Probablemente era uno de los chicos más listos que conozco. Probablemente era un genio", aseguró a AP Joshua Milas, compañero de instituto de Lanza, con quien asistía al club de tecnología.
No obstante, algunos vecinos han relatado que la familia era poco social. Beth Israel, de 43 años y cuya familia vive en la misma calle que los Lanza -su hija fue compañera del autor de la masacre- aseguró que no había hablado con ningún miembro de la familia en tres años. "Era un niño socialmente torpe", dijo. "Siempre tenía problemas, era una especie de solitario". "No sé quiénes eran sus amigos", comentó.
El diario The New York Times afirma que entre las pocas cosas que recuerdan sus antiguos compañeros de clase, este chico pálido, alto y flaco, parecía hacer todo lo posible por no llamar la atención durante sus años de estudiante.
El asesino no aparece en su anuario de la escuela secundaria ('Camera Shy', dice el anuario) y dejó pocas huellas digitales, ya que al parecer ni siquiera tenía perfil en Facebook. En 2006 su hermano terminó el instituto y se marchó a estudiar a la Universidad de Quinnipiac en Connecticut.
Adam siguió viviendo con sus padres, que se divorciaron en 2008 tras 17 años de matrimonio, y luego se quedó con su madre en el domicilio familiar en el tranquilo y próspero enclave de Newtown.
Según la policía, Lanza entró en el centro a primera hora de la mañana vestido con ropa negra y llevaba una máscara, un chaleco antibalas y cuatro armas. Entre ellas, un rifle calibre 223, un pistola Glock 9mmm y otra SIG Sauer, ha detallado la edición digital de 'USA Today'. Al parecer, las armas habían sido adquiridas con el permiso de su madre.

 

Glock 9 mm

Una mujer llora frente al memorial en recuerdo de las víctimas de Newtown. | AfpUna mujer llora frente al memorial en recuerdo de las víctimas de Newtown. | 

Soy una Glock 17 de calibre 9 mm. O una Glock 19, del mismo calibre. La diferencia es que en el primer caso tengo diecisiete disparos en mi cargador y en el segundo quince. Mi seguro es automático, para disparar no hay más que apretar el gatillo; eso sí, con un poco más de fuerza que los gatillos de otras pistolas. Mi armazón es de polímero, en lugar de la metálica típica de otras armas; y aunque mi corredera y mi cañón sí sean de metal, resulto mucho más ligera que mis competidoras.
Por estas razones y algunas más, soy el arma elegida por muchos cuerpos policiales, por muchos usuarios legítimos de armas para autodefensa y por muchos delincuentes que necesitan una herramienta ligera y siempre lista para actuar. Dispararme es más fácil que disparar con otras pistolas más pesadas o aparatosas: estoy bastante bien compensada y en mis versiones más compactas la sensación es sólo un poco más violenta que disparar con una pistola de juguete.
Mi cañón, relativamente corto, impide hacer demasiada puntería a larga distancia, salvo que mi usuario sea un tirador avezado y me conozca mucho. Pero en el corto alcance resulto razonablemente eficaz y lo bastante letal: una bala de calibre 9 mm, si está bien puesta, es más que suficiente para enviar a alguien al otro barrio.
Sí, lo sé, soy un trasto antipático, o por lo menos lo es mi función. Estoy diseñada y preparada para que los humanos se hagan daño unos a otros, pero también soy inocente, en el fondo. Puesta en las manos adecuadas, es decir, en manos de un humano con conciencia y consideración hacia sus semejantes, soy un recurso para resolver situaciones difíciles y, bien usada, sirvo para hacerlo causando el mal menor. Un usuario entrenado, sereno y respetuoso del prójimo, puede utilizarme para neutralizar a un agresor sin necesidad de matarlo. Mi manejabilidad le da margen para sacarme y apuntar con ese propósito.
Ahora bien, esta mañana de diciembre el humano que me empuña, después de robarme de casa de su madre, está muy lejos de hallarse sereno y de ser respetuoso de sus semejantes. En esas condiciones, su entrenamiento, sea éste el que sea, deja de ser un factor positivo para convertirse en una baza temible. Lleva otras dos armas, un rifle y una pistola Sig Sauer: el primero va a serle de utilidad escasa aquí donde entramos, porque es demasiado largo y embarazoso para moverse y apuntar en un espacio cerrado. Y la otra, siendo un arma también eficaz, no tiene la velocidad ni la facilidad de manejo que tengo yo.
Por eso me temo, en cuanto me saca y me percato de sus intenciones, que voy a ser yo quien corra con el grueso de la faena. Pero cuando me percato de quiénes son los objetivos, el horror estremece el metal y el polímero que me componen. Va a usarme para cazar al mayor número posible; son pequeños, son muchos, están asustados e inquietos, pero mi rapidez y ligereza le servirán para ir buscándolos y abatiéndolos a bocajarro. Sólo soy una máquina y no puedo oponerme. En cuanto su dedo haga en mi gatillo la presión prescrita por mi fabricante, dispararé, y la bala hará su trabajo, allí donde él la apunte.
La pregunta, cuando todo acabe, será por qué, en lugar de estar en otras manos, he acabado en las de este muchacho peleado con el mundo, que al contrario que los muchachos peleados con el mundo que hay en la mayoría de los países desarrollados, y que tendrían muy pocas probabilidades de llegar a empuñarme, no ha tenido más que sacarme del armario de su madre, donde aguardo, como en los armarios de tantas otras ma-dres y tantos otros padres, a que alguien me haga servir para lo que no sirvo, ni debería servir, ni quiero servir tampoco. Ésa es la pregunta, señor presidente. No me llore, ahora.

Neurobiología de un asesinato masivo

Imagen del asesino en el año 2005.Imagen del asesino en el año 2005.
Con tan imprevisible periodicidad, como predecible constancia, el horror regresa en forma de matanza escolar. Esta vez ha sido en Connecticut. Pero ¿qué más da dónde haya sido? Es la enésima vez que recibo una llamada urgente de un diario: ¡Por favor que escribas algo inmediatamente, ha habido una matanza en una escuela! Y siempre es lo mismo, los mismos horrores, las mismas preguntas: ¿Por qué suceden estas cosas?, ¿estaba loco? Obviamente siempre nos faltan datos para saberlo, pero también es verdad que hay denominadores comunes que nos permiten analizar el caso sin cometer demasiados errores.
Por un lado, están los datos estadísticos que coinciden insistentemente: los enfermos mentales no cometen más actos violentos que los no enfermos. Pero por otra está la etiqueta social de "persona-extraña-impulsiva-violenta-peligrosa" que comete una atrocidad inesperada. Sin duda hemos de admitir que es extraño que un joven de 20 años que hace estas cosas no padezca ningún desequilibrio mental. Algo debe pasar en su mente. De hecho, algunas voces apuntan a que el asesino de Connecticut pudiese tener algún trastorno.
Esta conducta es tan claramente anómala que no puede ser que todo esté bien en su cerebro. Pero, ¿a qué puede deberse? Los psiquiatras decimos que son conductas en cortocircuito, que acontecen de forma aparentemente inexplicable. Ahora bien, para que se produzcan se necesita una incubación, unos precedentes, y casi siempre las investigaciones posteriores demuestran que presentaban rasgos anómalos de personalidad, alteraciones de conducta, comportamientos extravagantes, impulsivos o agresivos, los cuales fueron minusvalorados o desatendidos por las familias, profesores o sanitarios que les conocieron. Esa negligencia es común a muchas enfermedades mentales.
Es una especie de 'no-querer-ver' quizá por miedo a 'no-saber-qué-hacer'. De hecho, la mayoría de los homicidas y suicidas avisan, han dejado señales sutiles, advertencias que han sido desoídas. Hasta que un día sucede algo que quiebra el equilibrio inestable, y lo siguiente es el paso al acto, la impulsividad incontrolable, la violencia furibunda.
Los detonantes pueden ser pequeñas frustraciones, otras veces simples avatares de la vida, incluso noticias 'calientes' que les llevan a rumiar en sus mentes el modo de actuar.

Alteraciones cerebrales

Otro rasgo común a suicidas y homicidas violentos es que padecen alteraciones de ciertos circuitos y neurotransmisores cerebrales que conllevan la aparición de depresión, angustia e impulsividad.
La mejor conocida es la serotonina, una sustancia que actúa como neuromodulador de afectos e impulsos. Cuando desciende patológicamente favorece el paso al acto impulsivo, tanto en forma de autoagresividad como de heteroagresividad. Es como si eso les impidiera mantener el autocontrol y les llevase a actuar sin los frenos normales que todos tenemos, que nos permiten conducirnos con mesura, raciocinio y equilibrio.
Obviamente, una simple alteración neuroquímica no puede explicar la complejidad de la conducta humana, pero sabemos que ese es el denominador común en los cerebros de personas agresivas y suicidas. No sé si este joven de Connecticut padecía alguna enfermedad, pero es muy probable que si se analiza su cerebro se encuentren alguna alteración neuroquímica.
También sabemos que si a esas personas les damos fármacos que aumentan la serotonina disminuye el riesgo de impulsividad violenta o suicida. Con esto no quiero decir que haya habido una negligencia clínica en este caso, no conozco lo suficiente, pero sí que hay muchos casos de violencia o suicidio en los que si se hubiera intervenido a tiempo tal vez se podrían haber evitado. Al menos, en todos estos casos se debería abrir un expediente pericial neuropsiquiátrico en profundidad, que nos permitiese prevenir el siguiente. De lo contrario, y desgraciadamente, no tardaré mucho tiempo en recibir otra llamada urgente para que opine de otro caso similar. Y que conste que me encantaría equivocarme.

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